sábado, 5 de octubre de 2019

Aire. Las palabras se encabritan en mi pecho, aprisionadas buscando de manera agónica una salida. Vacío. Un abrumador silencio en una habitación que anhela tu presencia, que grita y pone de manifiesto a voz alzada recuerdos que agolpan mi mente. El sonido de tus pasos sigilosos que iban a morir en un abrazo y un beso que furtivo estampabas sin pudor en mi espalda. Tu presencia silenciosa pero constante, convivencia perfecta en nuestra propia rutina, en los días en los que sin hablar éramos la mejor compañía.

Al dormir, el vacío insolente que dejaste tras tu partida se impone, se revela contra mí y me vence. Vigilia. El abrazo que me arrullaba hacia una dulce quietud me arde en su arrolladora ausencia. Las caricias sutiles que dejaba sobre tu cuerpo mientras se apoderaba de ti el más profundo de los sueños, dibujando sobre tu desnudez caminos de mimo y ternura. Y al despertar, una mirada cargada de ansia que gritaba en su silencio de deseo y de impaciencia por hacernos uno. Almizcle en las sábanas y rocío sobre nuestros cuerpos en una lucha incesante, contienda carnal con la cama como campo de batalla, testigo de una guerra por demostrar que en ese preciso instante somos él uno para el otro. Gritos que pretendían dejar claro al mundo que nos amábamos.

Y al terminar, exhaustos y exánimes, caíamos rendidos en el colchón maltratado por tan elegante y caótico espectáculo. Un profundo juego de miradas en una bruma de jadeos y respiraciones entrecortadas. Y en aquel escenario, un 'te amo' se hacía protagonista ineludible de esa gran función. Un cosquilleo se apoderaba de mi cuerpo y en ese preciso momento, abrigada por la dulzura de sus brazos sentía que no había otro lugar en el mundo en el que quisiera estar. Y agotados por tan extenuante representación dejamos que nos haga de guía Morfeo. Dueños de nuestras horas, de nuestras vidas y de nuestro descarado mundo.